Chile: De una punta a otra en América Latina


La reacción del pueblo de Chile que, en este momento, realiza la marcha más grande de su historia, echa por tierra el idealismo neoliberal de la “comunidad feliz” por el libre mercado y desprecio a la política, es decir, el sentido común impuesto globalmente desde la caída del Muro de Berlín.
Chile es ahora, pero comenzó en Ecuador con las movilizaciones campesinas que hicieron retroceder al traidor Lenín Moreno en la suba del precio de la canasta básica; o la inmensa marcha en Uruguay contra un proyecto de militarizar a la sociedad, el descontento popular cada vez mayor en Colombia y lo que ocurre también en Panamá, Costa Rica, Honduras, Haití y la movilización popular en Bolivia para defender el resultado de elecciones que consolidó a Evo Morales para continuar con las reivindicaciones sociales.
Luego de más de 30 años de aplicación rigurosa de las recetas del Consenso de Washington, avaladas luego del sangriento golpe de estado de Pinochet contra el gobierno legítimo de la Unidad Popular de Salvador Allende, en este octubre histórico parece llegar a su fin cuando menos se preveía.
“No es el alza del 30 por ciento del pasaje del metro, son 30 años de pobreza del pueblo y a favor de unos pocos ricos”, dijo una joven chilena a la prensa alternativa, que es la cubre con veracidad estas jornadas históricas, cuando se le preguntó sobre los motivos del levantamiento popular más grande que Chile haya vivido en su historia y que empieza a parecerse a una verdadera revolución.
Destitución de Piñera, una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución, ya que la actual data de los tiempos del golpe y que los militares vuelvan a los cuarteles, es lo que los chilenos demandan ahora, entre cacerolazos, canciones de Víctor Jara y de Los Prisioneros.
Y como era de esperarse, el gobierno de Piñera, con muchas acusaciones de corrupción en su haber pero blindado por la prensa poderosa de ese país (la comparación con Argentina se hace casi una obligación), reacciona de la peor manera, desatando a la policía militarizada que se ensaña sobre todo con los jóvenes y las mujeres y luego, sacando al ejército a las calles, ya que, para el gobierno “estamos en guerra ante un enemigo muy peligroso”, según sus palabras. Así es como ven al pueblo movilizado.
Las cifras de muertos con las balas del gobierno difieren pero se habla de más de 200, la vuelta de los centros de detención y tortura y las denuncias de secuestro y violación de las mujeres, dan cuenta de la desesperación de Piñera y sus aliados de clase, pero, al mismo tiempo, es lo que siempre se sospechó de determinados sectores de la sociedad chilena, fascistas ultraconservadores y militaristas con un fuerte grado de odio, discriminación y xenofobia hacia los inmigrantes, pueblos originarios y las clases sociales bajas.
Pese a todo, las movilizaciones en Chile se caracterizan por carecer de violencia, contrario a la construcción informativa de la prensa aliada al gobierno. Las personas, familias que llenan las plazas más importantes de cada ciudad, llevan sus banderas, carteles y manos levantadas para demostrar el carácter pacífico, pero firme del reclamo.
Incluso, se han dado casos que policías y soldados se han plegado a las manifestaciones populares, aunque esto aún no está verificado. De todas maneras, queda en la memoria del pueblo de Chile el sacrificio del soldado Michel Nash Sáez, fue fusilado por los golpistas a los pocos días del golpe militar en 1973, por negarse a disparar contra el pueblo al que pertenecía.
Horas decisivas se esperan para dilucidar qué es lo que pasará con Piñera, uno de los representantes más claros de las políticas neoliberales en América Latina, que ve impotente a cada vez más chilenos y chilenas caminar nuevamente por las Grandes Alamedas, con la solidaridad de muchos países, en busca de la justicia social que se merecen todos los pueblos libres del mundo.

Marcos C. Isla Burcez.


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